domingo, 18 de enero de 2009

ENTREGA DE PREMIOS DE POESÍA INFANTIL CHARO GONZALEZ

Por Miguel Ángel Zorrilla Larrea

El pasado viernes 5 de Septiembre se celebró en la localidad de La Bañeza (León, España) la entrega de premios del primer certamen de poesía infantil Charo González. Un buen amigo nuestro, el holguinero Luis Caissés recibía el Segundo Premio, que yo tuve el honor y el gozo de recoger en su nombre. Con este escrito quiero haceros llegar el testimonio de mi participación en ese acto.

Conrado Blanco González. Cuando estudié periodismo me enseñaron que las noticias deben comenzar con el dato principal. Y aún no sé si esto que empiezo a escribir es periodismo, pero aquí no hay otro principal que Don Conrado. Él es el actual cronista oficial de La Bañeza, el encargado de investigar en la Historia de su ciudad y de dar a conocer su actividad cultural actual, labores que cumple con tesón indomable. Conrado tiene 86 años, pero no se detiene. Ni siquiera por la notoria pérdida de visión que sufre. En todos sus años de tarea se ha visto favorecido con el apoyo constante y el toque de sabiduría femenina aportado por su mujer, Charo González. Y él lo ha agradecido siempre.
Charo y Conrado han vivido volcados en el fomento de actividades culturales, y dedicado a ello, generosamente, una buena porción de su patrimonio. Cualquier suceso que afecte a la historia, tradiciones o cultura bañezanos y haga resonar por doquier el nombre de La Bañeza cuenta con su apoyo. Y se acaba creando una fundación que va recogiendo todo el fruto que su presencia cultural genera: documentos, libros, catálogos. Y que va produciendo nuevos acontecimientos: hace unos 20 años, para recordar a su padre, confitero, pero también animador cultural, promotor de prensa jocosa y versificador festivo, Conrado Blanco González convoca el premio de poesía “Conrado Blanco León”.
Hace pocos meses, en Febrero, inopinadamente llega la tragedia. Y llega como el rayo, sin dar opción a preparar el ánimo para sufrirlo. Conrado, que era unos años mayor que Charo, por ley de vida quizá nunca había concebido que fuera él, y a edad tan avanzada, el que se quedara con toda la soledad de su casa. Sin embargo es lo que le toca ahora.
Cualquiera, incluso más joven que Conrado, pudiera haber caído en un abatimiento súbito, lo que sería destructivo para un hombre, aunque metódico, siempre inquieto. No debe ocurrir eso. Además hay amigos, colaboradores de la fundación, público que ha atendido a sus crónicas bañezanas. Los más sensibles de ellos van buscando una fórmula para transfigurar el duelo. Cuando el recuerdo de Charo, en medio de la soledad, se apodera de todos los rincones, y su nombre resuena inevitablemente a cada instante en la cabeza del hombre que ha compartido con ella tantos años... ¿Tiene sentido resistir? ¿No es mejor hacer como el junco que se dobla en la brisa? Alguien inspirado sugiere: si el nombre de Charo no puede desvanecerse, démosle cauce, voceémoslo. ¿Por qué no se da su nombre a otro premio de poesía? Precedente ya tenemos. Y sabiendo como era Charo un dechado de cariño ¿no será lo adecuado que sea un premio de Poesía Infantil? La idea es afortunada: mejor que en una inmóvil lápida funeraria, más fructífero va a ser el nombre de Charo en un certamen, en los carteles y pasquines, en boca de la gente año tras año, en las reuniones de entrega de premios, en las ediciones que pueda producir... No hay punto de comparación. Conrado lo piensa una temporada pertinente y acaba pronunciando una de sus sentencias favoritas: “Adelante con ello”. Conrado no suele quedarse atrás.
El premio se convoca. Se dota y se redactan las bases, se publican, se publicitan. Todo con cargo al bolsillo del patrocinador. Hay que decirlo, porque reconozcamos cínicamente que el bolsillo es uno de los órganos más dolorosos del ser humano, pero Conrado es de otra especie. Él está acostumbrado a que, cuando presenta una exposición, o conferencia, o cualquier otro acto relacionado con su labor de cronista, se deja en la entrada una mesa con un montón de sus libros, anunciando que quien lo desee puede llevarse los que quiera. Corre el riesgo de que los lleve algún necio de los que confunden valor y precio... pero también es probable que caigan en alguna mano agradecida. Así lo ha hecho siempre.
En esta ocasión, cuando Maribel y yo llegamos a La Bañeza nos encontramos con el hotel pagado, un taxi a nuestra disposición, el consabido montón de libros para el público que asiste a la entrega de premios, y los galardonados recogemos (yo por delegación) un fino estuche con la placa de inscripción del premio, llavero de plata recuerdo del Camino de Santiago, dotación del premio, libro de recuerdo dedicado a Charo, que recoge los retratos hechos por pintores y escritores de la región, y está igualmente, a disposición de todo el público. Después nos conduce a una cena para 40 invitados...
Cito estos datos no para retratarle como un potentado opulento que apabulla, porque aunque su cuidado por el detalle es refinado hasta el extremo, toda su hospitalidad es amigable y campechana, previendo las inquietudes del invitado, poniéndose en su lugar, a veces adelantándose a lo que sabe que surgirá. Para la cena no ha elegido ninguna receta exótica, ni experimental ultramoderna, ni con nombre largo o en francés, sino el producto más señalado de la comarca: las alubias blancas bañezanas, guisadas con sencillez y buen gusto. Aprovechando, como siempre, para dar cancha a lo propio de su tierra. Y al día siguiente, antes de que nos marchemos se acuerda de pasar a saludarnos y nos entrega unas cajas de algo que sabe que todo el mundo nos ha recomendado adquirir: la joya de la repostería local, las imponentes yemas dulces bañezanas. Él, por supuesto, las trae de la Confitería Conrado, con el añadido de unos “conraditos” (láminas finas de chocolate con pasta y almendras, marca de la casa) para el viaje: Está en todo, en estos viajes hay que reponer energías...
Pero me estoy adelantando. En la entrega de premios presenta el acto Alejandro Valderas, bañezano, historiador, colaborador habitual de la Fundación de Conrado. Su mujer, Camino Ochoa, maestra, secretaria del jurado y también perenne colaboradora de Conrado, lee el acta y da cuenta de las circunstancias de recepción y deliberación de las obras. A continuación, vuelve Alejandro dando noticias de los ganadores: Primer Premio para José González Torices, zamorano, autor con un cuantioso historial de creador y editor de literatura infantil; Segundo Premio para Luis Caissés, cubano de Holguín, igualmente autor de numerosas obras de este género; y hasta se digna presentar a este delegado que sólo viene a representar a un amigo lejano, que, forzado por la distancia, no puede recoger en persona el premio que sólo él merece. Pero me asombra la dedicación de Alejandro: sabe más de nuestros respectivos historiales que nosotros mismos, no hay página de Internet que no haya rastreado, incluida la de la Biblioteca Nacional cubana, por lo cual conoció que Caissés ha publicado recetas de cocina; y le sorprendía porque no sabía aún, hasta que se lo conté yo, que aunque poeta vocacional siempre, desempeñó durante años su trabajo entre los pucheros, como la Santa de Ávila.
Prosigue el acto: lo ameniza con música una sobrina de Conrado, o para ser más exactos, sobrina carnal de Charo, Elena González, intérprete del oboe, veinteañera y juncal, becada para cumplir sus estudios musicales en Suiza. Pese a su juventud y a la dificultad de la obra, se marca con autoridad seis solos de Britten, acerca de las Metamorfosis de Ovidio. Consigue que las cabriolas de un solo viento llenen la sala con suficiencia. Si Conrado logra contener la lágrima es un verdadero milagro.
Hablamos los premiados, es decir, el premiado y el delegado del otro. Sin poder huir del tópico, es comprensible, pero con absoluta sinceridad, agradecemos nuestra suerte, y leemos los poemas respectivos. Y después aparece un caballero de los Amigos del Camino de Santiago que nos impone a los “artistas” la concha del peregrino.
Luego, para rematar, habla el Alcalde. Cumple galanamente con todos, y en lo que a mí respecta, hace votos por volver a verme en La Bañeza recogiendo un premio. Casi me asalta el impulso de interrumpirle, porque me acuerdo de Martí, de que mejor que ser príncipe es ser útil, y me sale del alma que prefiero... se lo digo más adelante en un aparte, sin querer dar la nota: prefiero venir a echar una mano que a ser premiado. Un segundo episodio de Martí me reafirma: deme La Bañeza y Conrado en que servirles, y tienen en mí, si no un hijo, sea un ayudante dispuesto, que tampoco es mala cosa. Porque sus ganas de crear novedades en el nombre de Charo prometen tarea. Y esta voluntad suya de atender merece correspondencia. Presiento que algo se les ocurrirá, antes o después.
Pero excuso decir, el verdadero remate del acto lo ha de poner, sin duda, Conrado: reafirma lo que intuíamos, pero lo dice con todo su ser aclarando que “hijo de un pastelero, cómo voy a estar en esta ocasión: hecho un merengue”. Los aplausos resuenan cálidos, hondos, con la misma cercana hospitalidad bañezana que él derrocha.
Aún tuvimos ocasión de aprovechar el día siguiente para dejarnos guiar en León capital por Alejandro y Camino. Lo saben todo: la ubicación, procedencia y misión casi de cada piedra de esta ciudad que viene de la legión romana. Y nos queda tiempo para mostrarles las obras que hemos editado, entre las que figuran un relato y dos poemarios de Caissés, cuyos títulos ellos han visto en Internet, pero sin conseguir localizar distribuidor. Ahora entienden por qué: el editor soy yo y no tengo mucho tiempo ni recursos para aventuras comerciales. Pero están interesados en leer todo, en localizar lo posible, sobre todo del género infantil. Camino, que es, con seguridad, la ninfa Egeria que sugirió la creación del Premio Charo González, sostiene que un premio no es el fin en sí, sino el principio de todo: hay que poner esos versos al alcance de los niños. Ella es maestra y ya ha decidido que en cuanto empiecen las clases, en la suya se trabajará sobre los textos recibidos. De hecho, en el mes vacacional de Agosto, ya ha reunido todos los niños a su alcance para pedirles que ilustren los poemas y así poner unos paneles en la sala de la entrega de premios. Pero falta la guinda: tratar de llegar a los niños de más lejos, a los lectores de libros; sería conveniente promover una edición.
¿Estará de acuerdo Conrado? A estas alturas sospechamos que huelga la pregunta. En efecto, Camino ya ha sondeado la posibilidad, y ha vuelto a escuchar, cómo no, el animoso “Adelante” del cronista. Pero aún es temprano para decidir la forma y contenido del volumen. Conrado lleva unos días muy ajetreados con el plan de la entrega de premios y, cumplido el acto, se merece un descanso. Quieras que no, dice algún contertulio, son 86 años, han de pesar en su actividad... Pero Alejandro nos matiza: es el acto número 12 que Conrado promueve en lo que va de verano... – y añade con sorna cargada de cariño: “va a acabar con nosotros”. Estamos seguros de que Conrado no cejará en su “adelante” generoso, y que Camino empezará a recopilar el posible contenido del libro, y a velar por la repetición de convocatorias del Premio Charo González. Espero que las labores den sus fruto, y que yo pueda informaros de todo ello. Porque, como les dije, en la medida de mi capacidad y fuerzas, pueden contar conmigo. Ya saben, “no una, dos ni tres, sino contar conmigo”.

Nota publicada originalmente en el Diario de León.

sábado, 17 de enero de 2009

COMO CASI NADIE SABE… ALGUIEN DEBE DECIR




Conocí a Carlos Barrunto con otro nombre, en otros tiempos y en otra ciudad –ya la ciudad no es la misma, ni decir del tiempo, si es que algo alguna vez es lo mismo– cuando nos movían afanes de superar lo estrecho y pacato de una vida provinciana. La música, liderada por los Beatles y la poesía, eran nuestras sutiles pero al parecer potentes armas, pues llamaron la atención de soberbios burócratas y no dejaron de causarnos problemas. Éramos jóvenes y, ya se sabe, la juventud es heroica, no tiene edad ni límites, solo arrestos, sueños, inagotable hambre de mundo. Y la música y la poesía eran nuestros continentes virtuales, ante la imposibilidad de salir al mundo dada nuestra condición de isla, cercada por “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, como lamentara el poeta, y la inflexible estupidez de los que nada saben y nada sienten. Allí éramos todo lo que queríamos ser, era nuestra Arcadia y nuestra Mancha. En los parques, sombreados de añosos árboles, nos sentábamos a ver la vida ambular, fluir, en las esbeltas piernas de muchachas, y en los amigos con quienes dibujábamos sueños, definíamos una verdad inefable pero que sentíamos más honda que todo cuanto nos rodeaba. Aquellas reuniones cándidamente bohemias, donde creíamos que inventábamos el mundo, nos hicieron, para siempre, insobornablemente distintos e imbatiblemente tenaces en nuestros empeños.

Carlos era entonces profesor de literatura. Trabajaba para la radio. Conocía bien el canon de la literatura hispanoamericana y el arte de la comunicación. Además, se insertaba en una generación que, sin alardes ni artificios, buscaba su propia voz. Nuestra poesía nunca fue enfática ni patriótica, sin dejar de serlo por su nervio esencial humano –recuérdese, Patria es humanidad, dijo el Más Grande–, pero de una patria portátil, simpática, asequible, velardiana, a escala personal, de simples prójimos. Dos temas, si mi memoria ya golpeada por los años y el abuso no titubea, eran firmes en él: al amor y la belleza. Lo hacía con un depurado apego a lo mejor del oralismo, mejor que coloquialismo, pues sus versos eran de quien enunciaba de viva voz, en declaración íntima, en el tono de poetas como Neruda, Eliseo Diego, Lorca o Aleixandre.

Ahora a la vuelta –si porque el paso del tiempo presupone el eterno retorno, así el reencuentro– recibo para mi placer y más conmovido afecto este hermosísimo libro, Como casi nadie, no me apena adjetivar. Es fácilmente comprobable. Lo he leído varias veces, para saber si es la cercanía del afecto o lo sustantivo que en él palpita lo que me atrae. De manera que sé con la mejor certeza, la del alma que no explica con palabras, que es poesía de la más depurada.

En lenguaje desnudo pero certero, con construcciones breves, directas, sin rebuscamientos ni oropeles, pero con la belleza del que llega a la médula de las cosas, nos da un puñado de versos que, de cierta manera reedifican aquellos que le conocía. No es casual que en su “Poética” rechace la pose, la pedante literaturización de la vida y prefiera esta en su desnudez y verdad, en su movimiento y criaturas más palpitantes. Poesía no es adornar ni bonitizar. Es ver con ojos limpios la médula más exacta y perdurable de la existencia. Aquí están muchos de los molinos de viento y obsesiones que nos hechizaron de jóvenes. Véase si no “Fábula”. Dice lo que hicimos –tal vez eso seguimos haciendo, ahora desde la memoria y las palabras–, andar y andar y enfrentar todo por rescatar la beldad que es verdad. En definitiva, todo poeta si es, es un caballero andante, deshaciendo los obstáculos que lo separan de su Dulcinea y su Barataria. En sus textos es el eros galante el que predomina. El poeta una y otra vez enaltece al objeto de su devoción y goce. Poesía del fervor amoroso más que del acto en su cumplimiento sensual. Es el cuerpo de la amada el aleph donde se realiza todo sacramento y toda poesía, la más exacta certeza. Ténganse para muestra “El amor es breve”, “Pastorela”, “Allegro”, “Tarde de lluvia con Edith Piaff”. Y está el texto “Memoria de Rainer Maria Rilke” donde se unen el amor y el destino del ser. Porque el amor y el devenir son la sinergia que nos lanza a lo que somos. Es un intento por asomarse a “los incendios, las miserias y los tesoros del alma”, que forman los caudales del hombre. No hay felicidad posible que no esté labrada en el dolor. Así los versos de Rilke revelan “que al más feliz de los hombres / puede alcanzarle una mañana el desamparo, / la misma incertidumbre del adiós, de las pérdidas y las distancias”. Este poema puede revelarse como biografía de una generación, cuyo acaecer se traduce en esas runas: amor, adioses, pérdidas, distancias. El ser es una urdimbre de circunstancias donde lo afectivo y lo histórico, lo eventual y lo intemporal, se anudan y lo conforman. Todo hombre es una piedra labrada por el amor y los vientos.

También está la lejanía de lo que tuvo y confirió un sentido, y se echa ahora como una mordiente bestia a nuestro costado. Se ve en “Bajo una luna altísima”, poema que arrasa, por reproducir una experiencia próxima y dolorosa. Aquí se ve la emblemática camisa, “amable, romántica, liberal…enemiga del safari y la guayabera moderna”, que escindió un tiempo y una isla para nuestro perpetuo dolor y vergüenza, pero también para nuestra esperanza. La ciudad una y otra vez muestra sus rincones amorosos y afligidos. Surge revivida, nunca perdida aunque distante, de “Adónde irá el camino”, con alusiones a sitios, prácticas y amigos que hicieron camino al andar. Pero si el tiempo recordado parece dar un salto en el vacío como el amigo muerto, la palabra, el texto, resucitan instante y presencias, y las restituyen para la perpetuidad del sentido salvado. El tema vuelve en el breve pero intenso “Parque San José”, el Elíseo de amantes y bohemios en la ciudad, donde el hálito del afán verdea en sus laureles que esperan por la vuelta anunciada de los amantes. También en el espléndido resumen de “Hasta la costa”, donde amor, memoria y sueños, se encuentran, entran en conflicto, arrojan al ser hacia la orilla. ¿Cuál?, nos preguntaremos. Y ¿hacia qué costa nos arroja la vida sino es a la del anhelo incumplido, al borde mismo de la espumeante nada? Solo somos nuestras derrotas, parece decirnos, pero en ellas flamea, como un fuego fatuo, lo mejor nuestro que se ha quemado y que ahora, fulgor, nos ilumina en la aceptación del borde último.

El final no puede ser más memorable. “Yo vendo fantasías”, proclama el poeta –es lo que hacemos los poetas–, “y de algún modo soy feliz con mis suerte. / Ya nada me sujeta bajo los toldos lejanos. / Ya nada me juzga entre las hojas perdidas.” Declaración de una poética y, quizá, testamento. Telón luminoso, sans peur et sans reproche, el poeta se crece en sabiduría. La felicidad es un estado de gracia, la revelación de la exactitud del ser y su verdad, más que la infatuación en goces y ganancias. Ha sido largo el camino, arduo, plagado de acechanzas y pérdidas, pero en la entereza de su admisión está lo robusto del hombre. Nada sabríamos del gozo sin el dolor, ni de la luz sin la sombra. Como casi nadie sabe al empezar el trayecto y solo algunos llegan a entender. Para eso hay que abrirse el pecho y mirar con ojos limpios, sin prejuicios ni auto compasión. Cuando ya es tiempo de aceptar, declarar y proseguir con esa felicidad de los que no se engañan y entreven la luz verdadera.

En fin, no hay poema que no someta al lector a un temblor, a una tensión, a una revelación de un destino golpeado pero sentido. ¡Salve, amigo, has escrito el testimonio emotivo de una generación! Me hubiera gustado escribir cada uno de esos poemas, pero en fin los escribiste y ya son míos. Nuestros. Para siempre.


Manuel García Verdecia
Holguín, 13 de enero de 2009